miércoles, 5 de agosto de 2009

De escritura, literatura y un cocodrillo


(Conferencia, con motivo de un homenaje a Francisco Gallegos, Píritu, 2009)

Para nosotros, hombres y mujeres de occidente, la literatura comenzó entre los griegos…

Todo comenzó hace veinte mil años; en Lascaux los hombres hicieron sus primeros dibujos y pinturas. Si bien es cierto que la escritura como hoy la concebimos demoró mil años más, nada le quita el precedente simbólico de los dibujos de la caverna de Lascaux, porque allí está el origen de retratar el mundo a través de signos que representaran las vivencias del hombre.
En la región del Oriente Medio, hoy tan volátil e insegura, entre los ríos Tigres y Éufrates, extendido por todo el golfo Pérsico hasta Bagdad (actual Irak en el siglo XXI), en los espacios de Mesopotamia, entre el sexto y el primer milenio de nuestra era, los imperios de Acad, al norte, y Sumer al sur, desarrollaron una civilización que dio sustento a un lenguaje común que luego sería codificado, dándole nacimiento a la escritura.
Tanto los Sumerios como los Acadios, eran pueblos muy civilizados que vivían en pequeñas comunidades ubicadas alrededor de Babilonia, bajo la autoridad de un soberano y la protección de sus Dioses.
Los hombres de aquellos primeros lustros civilizatorios, encontraron en la arcilla un material noble para grabar sus signos que luego se transformarían en inscripciones y al tener unidad de significado coherente se convertiría en escritura. Y eso es escribir: marcar signos que al juntarse construyan un significado coherente acerca de tal o cual realidad.
Al principio el significado se restringía a llevar cuentas, movimientos migratorios humanos, cosechas; en fin, cuestiones que le dieran orden a la reciente civilización que pasaba de ser cazadora, recolectora y nómada, a ser agrícola y sedentaria.
Según nos dice Georges Jean, en un amplio estudio titulado “La escritura, memoria de la humanidad” (Barcelona-España, ediciones Zeta, 1998), los “…primeros signos escritos son por tanto cuentas agropecuarias. Otras tablillas aportan información sobre la organización social de los sumerios. Así se ha podido saber que la comunidad religiosa del templo de Lagash contaba con 18 panaderos, 31 cerveceros, 7 esclavos, 1 herrero…También se ha podido saber que los sumerios no sólo habían inventado ya el dinero sino también el préstamo con interés…” (pp.13-14)
Si bien es cierto que eran pictogramas, al punto de poder apreciarlos hoy día como ideogramas, estas primeras inscripciones, llamadas también escritura cuneiforme, representó para la civilidad humana el comienzo de una posibilidad real de hacer historia. De pasar de una generación a otra todo un legado sin la temeridad de perderlo o alterarlo al paso de los años. La figura del ensayo, que modelaría en el siglo XV el escritor francés Michel Eyquem de Montaigne, ya tenía sus primeros indicios y no tardó mucho en tomar cuerpo.
Con la escritura no había nacido aún la literatura. Había vestigios de historias, de cuentos de los viejos a los niños, pero no existía la concepción integral de la literatura como fuente creativa transformadora de la civilización. El término como tal, no apareció en todas las lenguas al mismo tiempo: francés littérature (1120), italiano letteratura (siglo XIII), inglés literature (1375), alemán Literatur, portugués y español literatura (siglo XV).
Lo que no se puede olvidar nunca es que es un arte cuyas manifestaciones son las obras literarias, es decir, creaciones artísticas expresadas con palabras, aun cuando no se hayan escrito, sino propagado boca a boca; este término también se aplica al conjunto de obras escritas de un país (literatura griega, argentina, catalana); de una época (literatura medieval, literatura contemporánea); de un estilo o movimiento (literatura romántica, surrealista, creacionista).
Cualquier texto escrito no es literatura; sólo lo serán aquellos que estén realizados con arte; la obra literaria tiene un valor estético en sí misma, que hace que sea apreciable, valorable o medible en cualquier momento, pero también está sujeta a los valores estéticos de la época, del lector o del crítico que determinan lo que está escrito con arte y lo que no.
Es decir, la literatura tomó cuerpo en la medida que los hombres entendieron que la escritura no era una simple superposición de signos para transmitir un mensaje; era, y es la construcción de estructuras de comunicación de ese mensaje para que no sólo transfiera ideas, órdenes o informaciones, sino para describir a través de la grafía lo que acontece en la realidad.
Quien escribe, quien asume la escritura como oficio, es un exponente de su tiempo, de su realidad y de sus anhelos en la civilidad humana. Así tenemos una larga lista de hombres y mujeres que se han valido de la escritura para inmortalizar su época. Como expresara Rolan Barthes, crítico literario francés, en un trabajo colectivo titulado “Escribir… ¿Por qué? Y ¿Para quién?” (Caracas, Monte Ávila Editores, 1974), a partir del momento en el que hay práctica de escritura, estamos en algo que no es totalmente la literatura, en el sentido burgués de la palabra. “A esto lo llamo -dice Barthes- el texto, es decir una práctica que implica la subversión de los géneros; en un texto ya no se reconoce la figura de la novela, o la figura de la poesía, o la figura del ensayo…” (p.30)
Es decir, cuando la escritura pasa a ser literatura deja de ser un instrumento simple de comunicación humana, para transformarse en un instrumento de construcción de la nueva civilización. Desde mi punto de vista, el efecto que se le atribuye a la “revolución industrial” del siglo XIX que llevó a niveles superlativos de modernidad a la civilización occidental, debe atribuírsele al surgimiento de la literatura; ella, y no la máquina, transformaron al hombre y a sus modos de producción.
Para algunos expertos en el ámbito histórico y morfológico de la literatura, ésta alcanzó sus inicios en occidente a través del mito y los textos homéricos.
La “Ilíada” y la “Odisea”, son el precedente más compacto e integro que recogió siglos de gestación de la literatura humana y fundó las bases morales y éticas del hombre civilizado.
El mito dio origen a historias muy modulares, inertes, repetitivas; en la medida que el mito fue dando espacio a otras formas de contar las cosas pasó a ser referente y fluyó la literatura. El escritor, escribiente, portador del cincel con que talla la palabra, se interesó más por la forma y contenido de la vida cotidiana que por lo fantástico y mítico que pernotaba en el idilio de los seres humanos. Es así como el escritor dejó de ser un idealista puro y se convirtió en un racionalista humanista, en el cual los sentidos toman importancia porque a través de ellos ve la realidad, sus impulsos y sus contrastes, sintiendo que retrata para la inmortalidad las cosas que ve, siente y padece.
En la medida que los escritores han sufrido más esa realidad, en esa medita sus obras se han proyectado como joyas de la humanidad. ¿Es el sufrimiento la inspiración de la literatura? Más bien diría, es la literatura la que relata el sufrimiento en la realidad.
La literatura a secas, es creación del hombre; la literatura en la historia, son los episodios que nos hablan de la distancia insalvable que hemos recorrido con respecto a la tradición y la imposibilidad de repetir esos hechos dado el cambio de las circunstancias y del entorno.
Volviendo a Homero, eso que nosotros llamamos poemas homéricos, o la “Ilíada” y la “Odisea”, no son más que dos largos poemas que revelan, en una misma estructura, veinticuatro rapsodias, bajo formulas repetidas del lenguaje, la tradición religiosa y guerrera de un pueblo; y eso ha sido la tarea de la literatura desde entonces: retratar los valores, las razones y los acontecimientos de la vida humana. Sin nosotros para contar algo y sin ustedes para oírlo, simplemente la literatura no existiera.
Ahora bien, una cosa es la escritura y la literatura, y otra cosa es el escritor. Las dos primeras surgieron en la inquietud de los hombres por darle agilidad a su comunicación como una estrategia de supervivencia y como un aliciente para popularizar su legado en las sociedades que iniciaban el proceso civilizatorio.
Pero no todos los seres humanos pueden ser escritor. Pueden escribir, aprender a leer, a comprender a interpretar; pero el acto de escribir para crear literatura es de unos elegidos. No una secta, o una élite; son elegidos por designios divinos, si vale el término ante la ausencia de explicación, y es a través del escritor que se cuentan las historias de este mundo y de los otros mundos que existen en nuestra imaginación.
Valga compartir con ustedes uno de mis últimos sueños. Soñé que estaba en una feria del libro en un sitio remoto de nuestro mundo; habían muchos libros y muchos lectores y amigos me acosaban; al final, después de tantas explicaciones y comentarios, acerca de lo escrito por mí y lo leído por ellos, uno se me acerca y obsequia una cajita rectangular, no muy grande, en la cual, me dice que está el libro más valioso del mundo. Abro la caja y saco de él un zapato en arcilla, el cual tenía inscripciones extrañas a lo largo de su talle. Dentro del zapato un papel color lejía que, a manuscrito, detallaba el significado de diez pictogramas que se parecían mucho a los detallados en el modelo de zapato en arcilla. Se leía, una vez aprendido el significado de estos signos, en el zapato de arcilla, lo siguiente: “los dientes del cocodrilo serán clavados en tus vísceras…”
Desperté del sueño. No supe más del sentido del mismo, no me preocupé mucho. A los días me llama Luís Mendoza Silva y me pide si puedo participar con una micro-conferencia en esta fiesta de la poesía en Píritu, homenaje al amigo, cronista y escritor Francisco María Gallegos, y fue cuando de nuevo me vino el recuerdo del sueño y la imagen de la última conversación que tuve con Gallegos, hace ya unos cuantos años, en la cual hablamos de cocodrilos y reptiles. Como ven, de eso se trata ser escritor. De contarles a ustedes mis cosas y que ustedes, atentos, vigorosos, las escuchen…Muchas Gracias.


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